La historia
de la América Nuestra está marcada por la creciente influencia de las grandes
corporaciones europeas y de EEUU. A fines del siglo XIX, intereses imperiales
exploraban a México y Chile por su riqueza mineral, a Cuba por su azúcar, a
Centro América por sus frutas tropicales y a Panamá por su paso expedito entre
los océanos. En México mantuvo la dictadura de Porfirio Díaz por 35 años y en
Chile llevó al suicidio al presidente Balmaceda.
A
principios del siglo XX, se sumó Venezuela por su petróleo, Perú y Bolivia por
sus enormes yacimientos mineros. A mediados del siglo XX fueron derrocados los
gobiernos de Juan Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil. Encabezaban
gobiernos con proyectos de desarrollo nacional. Los enormes excedentes
generados por sus exportaciones eran invertidos en la creación de empleos y en
una industria nacional.
Igual
suerte tuvieron otros gobiernos como Arbenz en Guatemala, Gallegos en Venezuela
y Bosch en República Dominicana. La United, la Standard y la American se
levantaban como fuerzas económicas que socavaban todo intento por construir un
país con proyecto de desarrollo nacional. La reacción de las clases dominantes,
con sus aliados trasnacionales, fue exitosa país tras país. La única excepción
fue Cuba donde, bajo el liderazgo de una organización popular, logró proclamar
una Revolución socialista. El ejemplo cubano inspiró la juventud de todo el
continente que se levantó en armas para retar el poderío de las grandes
corporaciones. La experiencia sandinista en Nicaragua y, en parte, el FMLN en
El Salvador, crearon nuevas expectativas. Simultaneamente, lideres de la talla
de Omar Torrijos (1981), Roldós (1980) y Salvador Allende (1973) pagaron con
sus vidas el atrevimiento de enfrentarse a las trasnacionales. Torrijos
recuperó la soberanía sobre el Canal de Panamá, Roldós negoció la autonomía de
la economía ecuatoriana y Allende nacionalizó el cobre chileno.
La
acumulación de fuerzas populares que caracterizó el siglo XX floreció con
expresiones políticas originales a principios del presente siglo. Donde el
sistema de partidos políticos de los regímenes tradicionales había colapsado
surgieron nuevas organizaciones desde las bases: Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Donde los partidos lograron sobrevivir fuertes crisis, surgieron alternativas
populares renovadores y progresistas: Brasil, Argentina, Paraguay y Honduras.
En estos últimos, las grandes corporaciones conspiraron con éxito para derrocar
o derrotar a los gobiernos progresistas. En Brasil, los exportadores de soja
llegaron a la Presidencia. Los tres gobiernos de Caracas, Quito y La Paz,
respectivamente, han sobrevivido todo tipo de ataques desde atentados
personales, guerras económicas e, incluso, la movilización de la OEA (como en
la década de 1960). Siguiendo
las mismas tácticas conocidas, las corporaciones norteamericanas y sus aliadas
europeas han movilizado todas sus fuerzas para acabar con el gobierno
bolivariano de Venezuela. El régimen de Washington asumió el liderazgo del
movimiento contra Caracas decretando a la revolución chavista “enemiga
peligrosa de EEUU”.
Los
yacimientos petroleros de Venezuela contienen las reservas más grandes del
mundo. Después de décadas de juicios, la Exxon Mobil (heredera de la Standard
Oil de New Jersey), fue derrotada por el gobierno de Venezuela. La ExxonMobil
aspiraba a recibir 12.5 mil millones de dólares por la nacionalización de sus
intereses en el país suramericano. Sólo recibirá 900 millones. La petrolera más
grande del mundo tenía en 2016 un precio de mercado de 400 mil millones de
dólares.
Los ataques de ExxonMobil se realizaron cuando Rex Tillerson
era presidente (CEO) de la empresa. Desde enero de 2017, Tillerson es
secretario de Estado de EEUU. Según Carlos Lippe, existe “una enorme probabilidad de que Venezuela sea intervenido
militarmente por el imperio durante la presente administración”. Lippo agrega
que “conociendo las prácticas mafiosas de la ExxonMobil, nada tendría de raro
que dicha corporación hubiese contribuido a la campaña presidencial de Donald
Trump, así como en 2000 con la de George W. Bush”. Es probable que presione “al
presidente Trump para que invada a Venezuela. como hizo en 2003 para que EEUU
invadiera a Irak”.
Lippo concluye que “cómo podemos ver sólo es cuestión de
tiempo que el Departamento de Estado y la ExxonMobil, que por obra y gracia de
Trump y de Tillerson han pasado a ser casi la misma cosa, se pongan de acuerdo
sobre el cuándo y sobre el cómo”. Washington pareciera que no ha cambiado.
Sigue con la política del ‘gran garrote’, inaugurado a mediados del siglo XIX.
4
de mayo de 2017.
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